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viernes, 12 de abril de 2013

La última noche de Robespierre


La pasada primera evaluación, allá por los estertores de 2012, al mismo borde del fin del Mundo, pedí a mis alumnos de 4º de la ESO que compusieran para la materia de Historia un relato corto sobre la figura de un tal Robespierre, agitador, revolucionario, jacobino, amigo de los sans-culottes y varias cosas más, aprovechando que estaba explicando en clase la Revolución Francesa. El ejercicio era simple: yo les daba un encabezamiento y ellos continuaban la narración libremente. El resultado fue muy gratificante; se percibía el espíritu ora inconformista, ora sosegado, ora contemplativo, ora rebelde de cada uno de ellos. 

Maximilien Robespierre (1758-1794) fue uno de los principales líderes de la Revolución Francesa. A la cabeza de la facción más radical, los jacobinos, gobernó durante la llamada época del terror, en que cualquier movimiento en falso podía ser motivo de acusación y donde se propagaron la delación y la sospecha. Unas 50.000 personas resultaron ejecutadas, entre ellas miembros de la realeza. Se me antojó interesante que mis alumnos escribieran sobre este controvertido personaje, guillotinador guillotinado, precisamente en estos tiempos de cuestionamiento del sistema, reaccionismo político, agitación social e indignación, en cierto modo equiparables al ambiente revolucionario francés de entonces. ¿Acabaremos igual? ¿Podemos equiparar los movimientos Occupy  o Indignados al de los sans-culottes del XVIII? ¿Volvemos a ser el “99%”? ¿Acaso el nuevo régimen resultante de todo aquello, el nuestro, se está quedando antiguo? ¿O tal vez tísico de tanto régimen? ¿Se puede poner a un régimen a régimen? Son éstas cuestiones que me tenían turbado, pero allí estaban mis alumnos para arrojar un poco de luz sobre tanta sombra. 

Los siguientes dos relatos son obra de los alumnos de 4º de la ESO del IES Prado Mayor de Totana (Murcia): Juan Carlos Salas García y Dan María Cánovas Robles; cada uno presenta una visión personal, intransferible, de lo que sería la última noche de un Robespierre ya condenado a muerte por sus detractores, de un héroe, de un villano, de un violento, de un visionario. Para un humilde servidor tal vez la exaltación de la violencia y el terror durante la dictadura de Robespierre dieran al traste con los objetivos primarios de la Revolución, pero sobre todo otorgaron carta blanca a las facciones más conservadoras para hacerse con el poder, hasta hoy. Juzguen ustedes mismos. Les dejo con Dana y Juan Carlos. Que lo disfruten.

                                                                               
                                                                                            Antonio Ruiz Ruiz.
                                                                        Departamento de Ciencias Sociales.


La última noche de Robespierre


Maximilien tomó la pluma y la mojó delicadamente en el tintero. Empezó a escribir sus últimas palabras, sobre su vida,  opiniones y deseos. La luz de la luna atravesaba los oxidados barrotes de la pequeña ventana de la celda, iluminando justamente aquel viejo papel. El frió y la soledad le rodeaba totalmente en aquella estancia, solo oía el sonido del viento y a un pequeño ratón que corría fuera de la celda libre. Lo miró con detenimiento, deseando al mismo momento haber sido aquel pequeño ratón, en el cual nadie se fijaba y podía ser una sombra más de la noche.

Cuando iba a escribir la última palabra se dio cuenta que el tintero estaba vació, haciendo esfuerzos por marcar aquellas líneas en el escrito se hizo un fino corte en el dedo, ocurriéndosele la idea de utilizar su propia sangre para poder terminar lo que tanto le había costado escribir. Lo firmó, lo dobló  y apoyó su cabeza sobre la dura pared de ladrillos, pensando en que tendría que haber hecho para no terminar así, en el grave enfrentamiento con los sans-culottes y sobre todo lo que le esperaría mañana.
 La luna fue envuelta por un instante por las grises nubes que daban tormentas, todo se quedó oscuro, el viento ya no soplaba y el ratón había desaparecido; pero algo brillaba entre unas grietas del suelo, se acercó, viendo que era una diminuta llave de plata.
  
¿Qué haría esto aquí?- se preguntaba.

Al lado había una cerradura del mismo tamaño, la metió y la giró, pero no pasó nada, lo intento otra vez más, nada, parecía un juego de niños, no quería perder la noche, su última noche, su último sueño en aquello, pero la curiosidad pudo con él, al girarla por tercera vez, sintió como el suelo se movía, haciendo aparecer un pequeño pasadizo.

Entró, cada paso que daba parecía el primero, no podía retroceder porque parecía que la pared estaba viva e iba tras él, era interminable, no sabía si había bajado ya mas de cien escalones. Al dar el último paso notó que la salida daba al interior de una cueva, pequeñas luciérnagas volaban alrededor de los grabados, tan antiguos que parecían.

La humedad producía que del techo cayeran algunas gotas de agua. Salió de la cueva, encontrándose de frente un florido bosque, por lo grandes árboles subían los tallos de las flores, como si quisieran a la vez atraparlos.

Empezaba a salir el sol, al escuchar un ruido tras él, miró hacia tras y a la vez cayó al suelo, puede ser que hubiera tropezado con alguna rama, alguna piedra o por el mismo cansancio; la culpa era de un ratoncito blanco como la nieve que llevaba una pequeña marca sobre su espalda. Se levantó y delante de él había una bella mujer de largos cabellos negros y ojos grises, llevaba un suave vestido de seda blanco y una tobillera de flores. Le cogió de la mano sin decir ni una sola palabra y le llevó al otro extremo del bosque. Él estaba sorprendido por todo lo que le estaba pasando, sobre todo al ver desaparecer como si nada a ella entre la niebla.

Siguió caminando solo, hasta un solitario pueblo, no había nadie por las calles, las ventanas y puertas estaban cerradas y todo tenía un raro aspecto. A la vuelta de unas de la calles encontró a un niño sentado jugando con tres piedras, cada una de un color.

El chico no se inmutó ante la presencia de Robespierre, no contestó a ninguna de las preguntas de él, solo cantaba una breve canción, aunque siempre se paraba al final sin querer decir la última frase de ella, por parecer misterioso o solamente porque no la recordaba. Dibujó un pequeño triángulo sobre la arena, poniendo en cada punta una de esas piedras, se levantó sacudiéndose la arena de la ropa agujereada, dando por hecho que la llevaba puesta desde hace mucho tiempo, y se introdujo  rápidamente en un callejón.
Robespierre recogió aquellas piedras, que al limpiarlas una de ellas era una preciosa gema, intentó seguir el rastro del niño, pero no lo pudo conseguir, había desaparecido también como la bella mujer.

El calor le iba haciendo tener cada vez más sed, pero a quien le podría pedir agua en aquel pueblo desolado. Por suerte o simplemente casualidad, encontró una fuente con un poco de agua. Cuando sus labios estaban a un centímetro de ella, salió de detrás una anciana, con un bonito pañuelo verde sobre su cabeza.

- Solo puedes beber de esta fuente a cambio de algo- dijo ella, como si fuera la dueña de la fuente.

No tenía saliva para contestarla, así que sacó de uno de sus bolsillos un par de monedas que le quedaba, ella no las quería, le enseñó la pluma que se había guardado la noche anterior, tampoco, le enseñó las dos piedras, guardándose consigo la gema. La anciana le miró con enfado sabiendo que faltaba otra de estas, Robespierre con poco entusiasmo se la entregó. Se dio cuenta que le faltaba una mano, y en la otra tenía un anillo de hilo rojo, que para ella era todo su tesoro. Se guardó en una de sus mangas las piedras y la verdosa gema la tiró a la fuente que de repente se secó y desapareció otra vez tras ella. Solo pudo dar unos pocos sorbos a esa amarga agua que a pesar de todo le quitó la   
sed.

Caminó, caminó y caminó; delante había otro bosque, que debería hacer, se planteaba, seguir en el pueblo o volverse a adentrar en otro bosque. Aunque si estaba desolado que haría allí. El bosque era un tanto tenebroso, los árboles no tenían hojas, no había flores, no había animales, no había vida. Todo recubierto de un color plateado. En el fondo del bosque había el único árbol con hojas, estas entrecruzadas, iguales que las largas raíces que sobresalían de la tierra. Una parte de la corteza era mas clara, brillaba como un espejo. Puso su oído sobre él, oyó como los latidos de un corazón que bombeaba con fuerza. También se escuchaba lamentos y sollozos. No sabía porque se sentía mal, unas terribles imágenes aparecieron en el espejo, cientos de ejecuciones, pobreza y el dolor de las calles.

 Ahora se había dado cuenta de cuantos errores había cometido, aunque era demasiado tarde para remediar, se acostó sobre una de la raíces y cerró los ojos. Quedándose dormido en un profundo sueño. Pero al momento algo le despertó, al abrir los ojos de nuevo, no estaba en aquel árbol, en aquel mundo, en aquella segunda oportunidad de empezar de nuevo, sino en la dichosa y vieja celda. Todo había sido un sueño, aunque para él había sido tan real, que le hizo dar su última sonrisa.

El ratón de la noche anterior se acercó a él, se subió por su hombro, y le susurro algo al oído. Él creía que se había vuelto loco, pero que más daría. Dos soldados se acercaron a la reja de la celda. Sabía lo que le llegaba. Pero no estaba triste, en su mente resonaba aquellas agudas palabras, se sintió libre y sabía que  por lo menos había vivido aunque hubiera sido en un sueño, un día más.


Dana María Cánovas Robles   4º A


                                               


                                                 
                                                    La última noche de Robespierre


Maximilien tomó la pluma y la mojó delicadamente en el tintero. Se dispuso a escribir en su diario.

“Yo, todo poderoso en Francia, que he velado por los derechos y libertades de cada ciudadano, que he sufrido el poder de nobles y el derroche de un rey inepto, que he sido amenazado y aún así me he sobrepuesto por los intereses de esta gran nación y de quienes la forman, voy a ser juzgado como un vil realista, como un noble sublevado contra la República.

Nunca he condenado a ningún ciudadano, republicano, sino a viles clérigos, realistas y demás gentes que no han querido sino el dominio de un rey en Francia y el avasallamiento de las pobres gentes que solo quieren unos derechos, algunas libertades. Yo solo he actuado como la situación lo requería, si un rey volviese al trono de Francia esto no quedaría impune, la gente sin culpa sería castigada y Francia nunca llegaría a ser la gran nación que sin duda será, pues aunque me ejecuten, estamos en tránsito y a la gente le gusta el cambio.

Desde la muerte de mi gran amigo Marat siento que la situación cada vez es más difícil, tenemos guerra y no tenemos dinero, y aunque luchamos por unos ideales nobles, los ideales no ganan guerras. El futuro de Francia está en manos de lo que hagan unos burgueses adinerados, que solo querrán beneficiarse a sí mismos.

Supongo que si pudiese volver a empezar haría algo un poco diferente pero creo que casi todo ha sido absolutamente necesario pues en este tiempo no es sino la solución que menos nos gusta la que más nos beneficia.
Tal vez sea verdad que el poder pudo conmigo y también el miedo y no haya sido yo mejor que cualquier incompetente de los que yo desprecio pero esto solo puede beneficiar a Francia pues si ya ha pasado una vez no tiene que volver a suceder.

Si me merezco ser ejecutado que me ejecuten, pero que me recuerden como un salvador de la Revolución”.

Maximilien François Marie Isidore de Robespierre fue ejecutado en París, el 28 de julio de 1794. Fue uno de los más prominentes líderes de la Revolución Francesa.


By: Juan Carlos Salas García  4ºA



 Maximilien François Marie Isidore de Robespierre (1758-1794)

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