La pasada primera
evaluación, allá por los estertores de 2012, al mismo borde del fin del Mundo,
pedí a mis alumnos de 4º de la ESO que compusieran para la materia de Historia
un relato corto sobre la figura de un tal Robespierre, agitador,
revolucionario, jacobino, amigo de los sans-culottes y varias cosas más,
aprovechando que estaba explicando en clase la Revolución Francesa. El
ejercicio era simple: yo les daba un encabezamiento y ellos continuaban la
narración libremente. El resultado fue muy gratificante; se percibía el
espíritu ora inconformista, ora sosegado, ora contemplativo, ora rebelde de
cada uno de ellos.
Maximilien Robespierre
(1758-1794) fue uno de los principales líderes de la Revolución Francesa. A la
cabeza de la facción más radical, los jacobinos, gobernó durante la llamada
época del terror, en que cualquier movimiento en falso podía ser motivo de
acusación y donde se propagaron la delación y la sospecha. Unas 50.000 personas
resultaron ejecutadas, entre ellas miembros de la realeza. Se me antojó
interesante que mis alumnos escribieran sobre este controvertido personaje,
guillotinador guillotinado, precisamente en estos tiempos de cuestionamiento
del sistema, reaccionismo político, agitación social e indignación, en cierto
modo equiparables al ambiente revolucionario francés de entonces. ¿Acabaremos
igual? ¿Podemos equiparar los movimientos Occupy
o Indignados al de los sans-culottes del XVIII? ¿Volvemos a ser el
“99%”? ¿Acaso el nuevo régimen resultante de todo aquello, el nuestro, se está
quedando antiguo? ¿O tal vez tísico de tanto régimen? ¿Se puede poner a un
régimen a régimen? Son éstas cuestiones que me tenían turbado, pero allí
estaban mis alumnos para arrojar un poco de luz sobre tanta sombra.
Los siguientes dos relatos
son obra de los alumnos de 4º de la ESO del IES Prado Mayor de Totana (Murcia): Juan Carlos Salas
García y Dan María Cánovas Robles; cada uno presenta una visión personal,
intransferible, de lo que sería la última noche de un Robespierre ya condenado
a muerte por sus detractores, de un héroe, de un villano, de un violento, de un
visionario. Para un humilde servidor tal vez la exaltación de la violencia y el
terror durante la dictadura de Robespierre dieran al traste con los objetivos
primarios de la Revolución, pero sobre todo otorgaron carta blanca a las facciones
más conservadoras para hacerse con el poder, hasta hoy. Juzguen ustedes mismos.
Les dejo con Dana y Juan Carlos. Que lo disfruten.
Antonio Ruiz Ruiz.
Departamento de Ciencias
Sociales.
La
última noche de Robespierre
Maximilien tomó la pluma y la mojó delicadamente en el
tintero. Empezó a escribir sus últimas palabras, sobre su vida, opiniones y deseos. La luz de la luna
atravesaba los oxidados barrotes de la pequeña ventana de la celda, iluminando
justamente aquel viejo papel. El frió y la soledad le rodeaba totalmente en
aquella estancia, solo oía el sonido del viento y a un pequeño ratón que corría
fuera de la celda libre. Lo miró con detenimiento, deseando al mismo momento
haber sido aquel pequeño ratón, en el cual nadie se fijaba y podía ser una
sombra más de la noche.
Cuando iba a escribir la última palabra se dio cuenta que
el tintero estaba vació, haciendo esfuerzos por marcar aquellas líneas en el
escrito se hizo un fino corte en el dedo, ocurriéndosele la idea de utilizar su
propia sangre para poder terminar lo que tanto le había costado escribir. Lo
firmó, lo dobló y apoyó su cabeza sobre
la dura pared de ladrillos, pensando en que tendría que haber hecho para no
terminar así, en el grave enfrentamiento con los sans-culottes y sobre todo lo
que le esperaría mañana.
La luna fue
envuelta por un instante por las grises nubes que daban tormentas, todo se
quedó oscuro, el viento ya no soplaba y el ratón había desaparecido; pero algo
brillaba entre unas grietas del suelo, se acercó, viendo que era una diminuta
llave de plata.
¿Qué haría esto
aquí?- se preguntaba.
Al lado había una cerradura del mismo tamaño, la metió y
la giró, pero no pasó nada, lo intento otra vez más, nada, parecía un juego de
niños, no quería perder la noche, su última noche, su último sueño en aquello,
pero la curiosidad pudo con él, al girarla por tercera vez, sintió como el
suelo se movía, haciendo aparecer un pequeño pasadizo.
Entró, cada paso que daba parecía el primero, no podía
retroceder porque parecía que la pared estaba viva e iba tras él, era
interminable, no sabía si había bajado ya mas de cien escalones. Al dar el
último paso notó que la salida daba al interior de una cueva, pequeñas
luciérnagas volaban alrededor de los grabados, tan antiguos que parecían.
La humedad producía que del techo cayeran algunas gotas
de agua. Salió de la cueva, encontrándose de frente un florido bosque, por lo
grandes árboles subían los tallos de las flores, como si quisieran a la vez
atraparlos.
Empezaba a salir el sol, al escuchar un ruido tras él,
miró hacia tras y a la vez cayó al suelo, puede ser que hubiera tropezado con
alguna rama, alguna piedra o por el mismo cansancio; la culpa era de un ratoncito
blanco como la nieve que llevaba una pequeña marca sobre su espalda. Se levantó
y delante de él había una bella mujer de largos cabellos negros y ojos grises,
llevaba un suave vestido de seda blanco y una tobillera de flores. Le cogió de
la mano sin decir ni una sola palabra y le llevó al otro extremo del bosque. Él
estaba sorprendido por todo lo que le estaba pasando, sobre todo al ver
desaparecer como si nada a ella entre la niebla.
Siguió caminando solo, hasta un solitario pueblo, no
había nadie por las calles, las ventanas y puertas estaban cerradas y todo
tenía un raro aspecto. A la vuelta de unas de la calles encontró a un niño
sentado jugando con tres piedras, cada una de un color.
El chico no se inmutó ante la presencia de Robespierre,
no contestó a ninguna de las preguntas de él, solo cantaba una breve canción,
aunque siempre se paraba al final sin querer decir la última frase de ella, por
parecer misterioso o solamente porque no la recordaba. Dibujó un pequeño
triángulo sobre la arena, poniendo en cada punta una de esas piedras, se
levantó sacudiéndose la arena de la ropa agujereada, dando por hecho que la
llevaba puesta desde hace mucho tiempo, y se introdujo rápidamente en un callejón.
Robespierre recogió aquellas piedras, que al limpiarlas
una de ellas era una preciosa gema, intentó seguir el rastro del niño, pero no
lo pudo conseguir, había desaparecido también como la bella mujer.
El calor le iba haciendo tener cada vez más sed, pero a
quien le podría pedir agua en aquel pueblo desolado. Por suerte o simplemente
casualidad, encontró una fuente con un poco de agua. Cuando sus labios estaban
a un centímetro de ella, salió de detrás una anciana, con un bonito pañuelo
verde sobre su cabeza.
- Solo puedes beber de esta fuente a cambio de algo- dijo
ella, como si fuera la dueña de la fuente.
No tenía saliva para contestarla, así que sacó de uno de
sus bolsillos un par de monedas que le quedaba, ella no las quería, le enseñó
la pluma que se había guardado la noche anterior, tampoco, le enseñó las dos
piedras, guardándose consigo la gema. La anciana le miró con enfado sabiendo
que faltaba otra de estas, Robespierre con poco entusiasmo se la entregó. Se
dio cuenta que le faltaba una mano, y en la otra tenía un anillo de hilo rojo,
que para ella era todo su tesoro. Se guardó en una de sus mangas las piedras y
la verdosa gema la tiró a la fuente que de repente se secó y desapareció otra
vez tras ella. Solo pudo dar unos pocos sorbos a esa amarga agua que a pesar de
todo le quitó la
sed.
Caminó, caminó y caminó; delante había otro bosque, que
debería hacer, se planteaba, seguir en el pueblo o volverse a adentrar en otro
bosque. Aunque si estaba desolado que haría allí. El bosque era un tanto
tenebroso, los árboles no tenían hojas, no había flores, no había animales, no
había vida. Todo recubierto de un color plateado. En el fondo del bosque había
el único árbol con hojas, estas entrecruzadas, iguales que las largas raíces
que sobresalían de la tierra. Una parte de la corteza era mas clara, brillaba
como un espejo. Puso su oído sobre él, oyó como los latidos de un corazón que
bombeaba con fuerza. También se escuchaba lamentos y sollozos. No sabía porque
se sentía mal, unas terribles imágenes aparecieron en el espejo, cientos de
ejecuciones, pobreza y el dolor de las calles.
Ahora se había
dado cuenta de cuantos errores había cometido, aunque era demasiado tarde para
remediar, se acostó sobre una de la raíces y cerró los ojos. Quedándose dormido
en un profundo sueño. Pero al momento algo le despertó, al abrir los ojos de
nuevo, no estaba en aquel árbol, en aquel mundo, en aquella segunda oportunidad
de empezar de nuevo, sino en la dichosa y vieja celda. Todo había sido un
sueño, aunque para él había sido tan real, que le hizo dar su última sonrisa.
El ratón de la noche anterior se acercó a él, se subió
por su hombro, y le susurro algo al oído. Él creía que se había vuelto loco,
pero que más daría. Dos soldados se acercaron a la reja de la celda. Sabía lo
que le llegaba. Pero no estaba triste, en su mente resonaba aquellas agudas
palabras, se sintió libre y sabía que
por lo menos había vivido aunque hubiera sido en un sueño, un día más.
Dana María Cánovas Robles 4º A
La última noche de
Robespierre
Maximilien tomó la pluma y la
mojó delicadamente en el tintero. Se dispuso a escribir en su diario.
“Yo, todo poderoso en Francia,
que he velado por los derechos y libertades de cada ciudadano, que he sufrido
el poder de nobles y el derroche de un rey inepto, que he sido amenazado y aún
así me he sobrepuesto por los intereses de esta gran nación y de quienes la
forman, voy a ser juzgado como un vil realista, como un noble sublevado contra
la República.
Nunca he condenado a ningún
ciudadano, republicano, sino a viles clérigos, realistas y demás gentes que no
han querido sino el dominio de un rey en Francia y el avasallamiento de las
pobres gentes que solo quieren unos derechos, algunas libertades. Yo solo he
actuado como la situación lo requería, si un rey volviese al trono de Francia
esto no quedaría impune, la gente sin culpa sería castigada y Francia nunca
llegaría a ser la gran nación que sin duda será, pues aunque me ejecuten,
estamos en tránsito y a la gente le gusta el cambio.
Desde la muerte de mi gran
amigo Marat siento que la situación cada vez es más difícil, tenemos guerra y
no tenemos dinero, y aunque luchamos por unos ideales nobles, los ideales no
ganan guerras. El futuro de Francia está en manos de lo que hagan unos
burgueses adinerados, que solo querrán beneficiarse a sí mismos.
Supongo que si pudiese volver
a empezar haría algo un poco diferente pero creo que casi todo ha sido
absolutamente necesario pues en este tiempo no es sino la solución que menos
nos gusta la que más nos beneficia.
Tal vez sea verdad que el
poder pudo conmigo y también el miedo y no haya sido yo mejor que cualquier
incompetente de los que yo desprecio pero esto solo puede beneficiar a Francia
pues si ya ha pasado una vez no tiene que volver a suceder.
Si me merezco ser ejecutado
que me ejecuten, pero que me recuerden como un salvador de la Revolución”.
Maximilien François Marie
Isidore de Robespierre fue ejecutado en París, el 28 de julio de 1794. Fue uno
de los más prominentes líderes de la Revolución Francesa.
By: Juan Carlos Salas
García 4ºA
Maximilien François Marie
Isidore de Robespierre (1758-1794)