Exhortación como ruego, súplica.
Al salir de los centros comerciales de hacer una pequeña y adelantada compra navideña (lo poco que puedo permitirme) me he encontrado con 5 perros tísicos ya crecidos, hermanos casi seguro, rastreando comida al borde de la carretera, al lado de los centros de ocio. Dos chicas se habían parado en un coche. Me paré detrás de ellas para preguntarles. Una de ellas tenía el móvil en la mano y los ojos vidriosos de haber llorado. Me dice:
-No sé qué hacer. ¿A quién llamo?
Le explico que comprendo por qué sufre y que es un marronazo. Le informo de que en la perrera a la que llamé el año pasado con el fin de que recogieran a un perro abandonado en mi calle, hay al teléfono un espécimen con voz de bestia parda y maneras de salvaje que suele decirte que a esas horas le da pereza ir a por el animal porque ya se va a ir a su casa, o que los "zagales s´an llevao la fragoneta", o que no les caben más perros (ésta última es la única excusa comprensible); la última vez que hablé con él lo insulté. Estará acostumbrado, yo no. Le digo que hay otras protectoras, pero que suelen estar llenas. Me dice con lágrimas que ya ha llamado a una amiga que trabaja en una, pero que le ha dicho que no tienen más espacio. Le digo que por desgracia, si no puede recoger a los animales por ella misma, lo único que le queda es dar el aviso a la policía. Y rezar. Rezar por si sirve de algo. A San Francisco de Asís, patrón, entre otras cosas, de los Animales. Les arranco una sonrisa, la única de la conversación. Mientras hablamos, los 5 animalitos, escuálidos y de talante simpático y tranquilo, buscan pacientes en una bolsa de basura al lado de la carretera. No encuentran nada interesante. Extendida la noticia del fracaso en la búsqueda entre ellos, comienzan a replegarse para formar de nuevo la fila que los llevará carretera abajo, famélicos pero moviendo levemente las colas porque al menos están con los suyos y la vida no es tan horrible, uno tras otro en orden, todos iguales pero cada uno de un color, en su patrulla de rastreo. Antes de eso, uno un poco más grande (¿la madre?) marrón claro me mira un maldito instante. En una décima de segundo me cuenta su vida en una mirada profunda, negra y triste (¿tienes algo? ¿puedes ayudar? si no, lo siento, no tengo tiempo, tengo que irme con ellos). Se me rompe el jodido corazón por enésima vez en otro de estos casos de claro abandono (serían preciosos de cachorros, han crecido y hala, la camada entera a la calle). Les digo a las chicas que al menos me alegro de haber conocido a dos personas sensibles, que no es muy común. Me dicen que ya tienen cada una un perro recogido de la calle en casa, y que no les caben más, exactamente igual que yo. Les digo que hagan esa llamada y me despido:
-Ánimo, guapas. Porque me lo parecen, no sé si sólo por su actitud o también por su físico. He visto tres miradas profundas en cuestión de un minuto y me vuelvo al coche aplastado. Mientras conduzco de vuelta a casa me doy asco por la mini-compra de Navidad que he hecho, en contraposición con la Vida en estado puro, intentando abrirse paso entre suave pelo. ¿Es la Vida lo que he visto o la Muerte? Las dos cosas, seguro. (¿Por qué mantienen su orgullo e ignorancia más quienes nunca han visto a la Muerte de cerca?). Los animales han seguido en riguroso orden en línea recta carretera abajo, y ya no los veo.
Siempre llevo 5 ó 6 números de protectoras de mi ciudad en la agenda del móvil; a veces hay suerte y se puede hacer algo, otras no. El año pasado tuve la suerte de salvar a una perrita cuya cola estaba en muy mal estado. La metí en mi coche ensuciando de sangre el asiento trasero y pude dejarla en una protectora. Mi perro, el campeón de mi casa, también es (era, viene de) de la calle. Es un placer conocer a gente que los acoge en sus casas. Pero 5 eran demasiado, los hemos dejado correr. Puede incluso que, con suerte, vivan más felices su tiempo que muchos esclavos del sistema, lamiéndose sus morritos y dándose ánimos entre búsqueda y búsqueda. En otros países, como Alemania (por mucho que su canciller haya malgastado su vida, ya se reencarnará y podrá redimirse), el trato de los animales abandonados es organizado, competente y humanitario. En este país de paletos e insensibles superficiales regalados y autocomplacientes, no.
San Francisco, tú que velas por los animales desamparados, protégelos, dales fuerzas para que no caigan, y dales mucha suerte. Ellos no compran deuda externa. Serían incapaces.
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